Vivir

Summary: Siempre se preguntó si todo había merecido la pena. Sentado junto a la ventana de aquel lugar donde permanecía encerrado, veía a todos los niños jugar menos a uno. Un niño pequeño y frágil que le recordaba a él.

Texto inspirado en la canción I lived de OneRepublic

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Hope when the moment comes
You’ll say…

I, I did it all
I, I did it all
I owned every second that this world could give
 
I saw so many places
The things that I did
With every broken bone
I swear I lived

Siempre se preguntó si todo había merecido la pena.

Sentado junto a la ventana de aquel lugar donde permanecía encerrado, no hacía más que contemplar el exterior donde todos los niños jugaban menos uno. Era el más pequeño, delgado y frágil. Sus escurridizos brazos parecían esconderse entre sus ropas; y el cristal de sus gafas no hacía más que recalcar lo delicado y diferente que era de los demás.

Tan distinto que dolía, tan parecido a él que mataba.

“¡Soy Ojo Tuerto, el más temible pirata de todos los mares! He visto miles de cosas extraordinarias, me he enfrentado a los piratas más terribles y he escondido mis tesoros por todo el mundo. ¡Atrévete a buscarlos si crees que eres valiente!”

Cada aventura que ese pequeño niño vivía, cada gesto que sus ojos descubrían. Un día podía ser el más temible pirata, al siguiente el pistolero más rápido del oeste; para luego dejar paso a una tímida voz que pedía un poco de pastel.

Hoy el día llevaba su nombre, al igual que aquella tarta de chocolate que era su favorito. Y a pesar de todo, el único que estaba sentado debajo de un árbol observando a los demás era él; el único que no vivía aventuras era él. Siempre la misma historia, siempre la misma pregunta.

“¡Soy Lucky Luke, el pistolero más rápido del Oeste! Mis balas nunca fallan, hasta mi sombra me tiene miedo. ¡Soy más rápido que mi sombra! ¿Te crees capaz de poder derrotarme en duelo?”

No importaban las velas, fueran dos o doce. Con cada nuevo soplo, se cuestionaba si todo había merecido la pena.

Suspiró pesadamente, cerrando los ojos. Quería decirle tantas cosas que su mente se quedaba en blanco. Deseaba contarle tantas cosas, pero la oportunidad nunca se presentaba: nadie querría pasar una tarde escuchando batallitas de un anciano…

… de un anciano que en su infancia era igual que él.

Era cierta la historia en la que saltó desde lo más alto de la montaña. También la de esa gran ola que surfeó con valor; así como la de aquella carrera que ganó sonriendo. Alzó la copa con sus pequeñas manos y su cuerpo bañado en arañazos.

“¡Hemos ganado! ¡Nuestro equipo ha quedado el primero en la carrera de relevos del pueblo! Fue una batalla encarnizada. Nadie se esperaba que remontásemos después de mi caída. Los del otro equipo eran unos tramposos poniendo zancadillas. ¡Pero la justicia siempre vence! Así que corrí tan rápido como sabía… ¡y los adelanté a todos! Alzar la copa el primero con mis manos fue la mejor experiencia de mi vida.”

Y en aquel momento siguió preguntándose si todo había merecido la pena.

Aquella ocasión se rompió la pierna. Fue una pelea por la supervivencia en mitad del bosque. El pequeño scout se enfrentó a su destino y consiguió la bandera. Mas siguió sonriendo, mas la multitud gritaba su nombre. El de su ganador. El que había sobrevivido.

“El hospital es aburrido y encima no puedo moverme por culpa de la escayola. ¡Pero lo conseguí! ¡Atrapé la bandera! Nadie esperaba que lo hiciera. Soy tan pequeño que me olvidan con facilidad. Pero esa es mi mejor estrategia. Si no hubiera sido por la lluvia del día anterior no me habría resbalado por el barranco hasta caer en el río y no me habría fracturado la pierna… ¡Pero y lo que molan las firmas de todos en la escayola!”

Incluso con cada hueso de su cuerpo roto, continuó con la duda de si todo había merecido la pena.

Traviesas lágrimas mojaron sus mejillas. Sentía un inmenso nudo en su corazón ante la impotencia de no saber llegar hasta él. Desde que ella se fue, ya no tenía el valor que siempre lo había caracterizado.

Ella, su amiga, su amor, su esposa.

El retrato de una joven de profundos ojos azules lo miraba radiante de felicidad desde la cómoda al lado de la ventana. Todavía dolía como la más horrible de las torturas saber que también tuvo que soportar su pérdida y su partida. ¿Cuánto más aguantaría?

Hasta su corazón lo vivió más de una vez. Sufrió, sintió dolor, sintió la pena. Pero se recuperó. Se esforzó cada día, cada noche. Un engaño, una decepción, una traición… Hasta que apareció la estrella indicada en una caleta junto al mar al otro lado del mundo.

“Prometo darte mil y una aventuras que vivir a mi lado. Nunca llorarás por mi causa más que por infinita felicidad. Prometo amarte con cada parte de mi cuerpo y recordarte con cada palabra y cada gesto lo importante que eres para mí… Así que, por favor, no me dejes caer tú tampoco, cuando mañana te muestre mis sentimientos.”

En ese instante lo entendió: por ese beso, creía que todo había merecido la pena.

Porque ese niño aventurero lo había hecho todo.

Porque ese joven enamorado lo había hecho todo.

Porque ese padre dedicado lo había hecho todo.

Y aquella tarde que su nieto, ese niño aventurero, descubrió su diario de aventuras con los ojos llenos de ilusión, lo supo: cada segundo de su vida había merecido la pena.

—¿Cómo puedes saber tanto, abuelo? — preguntó, sentándose en sus rodillas, abrazándose a aquel cuaderno vencido por los años como si fuera su mayor tesoro.

Y él simplemente sonrió.

 “Porque yo lo he vivido”.

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Escrito por Alegría Jiménez

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