Los Grandes Días en la Vida

Ninguno de los Grandes Días en la Vida (así los llamaba mi abuela, Aurelia) habrían existido si no fuera por él. No era mi abuelo, si es en lo que estáis pensando, pero ella le amaba con tanta fuerza que nunca le importó que estuviera casada.

Me contaba que tenía una máquina de escribir que limpiaba a diario y que no vivió tanto como para ver los ordenadores, pero que siempre decía que alguien, algún día, inventaría una máquina para hacer cosas. Ella le contestaba, ante ese alarde de sentido común, que había lavadoras y televisiones, pero él sabía que no.

Cuando Aurelia (nunca le gustó que le dijese abuela) hablaba de él no lo hacía con pena y no había agua salada en sus palabras. Simplemente lo hacía constatando el hecho más lógico del mundo: el amor de su vida había muerto y ella contaba las horas para reunirse con él.

Mi padre y sus hermanos nunca entendieron esta actitud. Esperaban que el luto por su esposo superase al de su amante, pero nunca tiñó de negro su ropa.

–El luto, Mariano, el de verdad –le decía a mi padre-, se lleva dentro.

Pero ninguno de sus hijos estaba de acuerdo. El qué dirán siempre fue un miembro más en la familia de su esposo. Todos sabían que el padre de los hijos de mi abuela no era él, pero a nadie le importaba tanto como a mi propio padre, que jamás le perdonó a mi abuela ser feliz.

–De los Grandes Días de la Vida –me contaba Aurelia de pequeña-, hay que hablar con mayúsculas, para que todos sepan cuáles son.

–Pero las mayúsculas no se pronuncian. Son letras, como las demás.

–Pues entonces levanta la cabeza hacia arriba cuando hables de ellos. Esos Días son los que hacen a las personas como son.

–¿Cómo cuando nació papá?

–Sí, cada uno de los nacimientos de mis hijos fueron Grandes Días, pero ninguno como cuando le conocí a él.

–¿Entonces no quieres a papá?

Ella sonreía y me decía que había muchas maneras de querer. Yo, aun siendo una niña, entendía lo que quería decir y mi padre, que tenía canas en las orejas, no. Hoy que ha muerto Aurelia ha sido uno de los Grandes Días en la Vida, para ella y para mí. Hoy ella descansa y yo sé que ahora vuelve a ser feliz.

Cuentos de heroínas III: El valor

La suya había sido una historia hilvanada a base de injusticias. Una tras otra escupieron la tinta con la que se derramó en los libros, en los murales, mosaicos, lucernas, papiros y vasijas de barro su destino y su leyenda.

Su nombre significaba “protectora” y desde su nacimiento su sino la llevó a dar sin remedio. Era audaz y temprana, como una tormenta en verano estaba llena de luz y de fuerza. No se amedrantaba fácilmente y encontraba huecos por donde empujarse dentro de cada miedo. Fue esta naturaleza indómita la que condujo al mismo Poseidón a violarla en pleno templo.

Las doncellas de Atenea realizaban los ritos como cada día, en su danza sincronizada y mística de gasas volando que se mezclaban con el aire dorado y empapado de olor a aceite y agua de flores, cuando irrumpió en su serenidad lozana una corriente de agua venida de la nada. El dios silenció los cánticos con su voz de cascada furiosa. En visitas anteriores había advertido la fiereza de la joven virgen que la destacaba del resto, exponiéndola. Esta indocilidad había despertado en su ego la necesidad de doblegarla. Quería ver extinguirse la llama crepitante de fuego que ardía en las pupilas de la sacerdotisa. Para ello, la humillación no terminaba en desgarrarla como una bestia, no, su adicción a los juegos le impulsó a condenar no sólo su cuerpo, sino a mortificar su mente o su alma, dejándolo a elección de la víctima.Leer más »

Presentación «La libertad de un gorrión», de Javier Pavón

Imagina, por un momento, que un día despiertas sin saber dónde estás, cómo has llegado hasta ese lugar ni por qué estás ahí. Imagina que descubres que ese lugar es la Cárcel del Pensamiento que George Orwell diseñó para su novela 1984 y que tu única compañía es un compañero de celda al que no conoces de nada. Imagina que eres un escritor en busca de un cambio en su carrera. Imagina que nada es lo que parece y que tu mundo, de repente, da un giro inesperado de ciento ochenta grados y la amistad adquiere un nivel completamente nuevo en tu vida. Imagina la peor de las torturas, y luego imagina que hay algo aún peor.

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El secreto del Barquito

“Había una vez un barquito chiquitito; había una vez un barquito chiquitito que no podía, que no podía, que no podía navegar.

Pasaron un, dos, tres, cuatro, cinco, seis semanas; pasaron un, dos, tres, cuatro, cinco, seis semanas y aquel barquito, y aquel barquito, y aquel barquito navegó”.

A ver, paremos un momento, todos conocemos esta canción popular, pero detengámonos en la letra de esta historia. Es simple, muy simple, demasiado simple. De hecho, es tan simple que da la impresión de que falta algo.

Por eso me puse a investigar.Leer más »

El viaje de Elsa

Después de treinta años, María entra en la estación de autobuses de Madrid. Tras esperar unos pocos minutos de cola, y pedir ayuda a una asistenta, saca su billete en dirección a Granada. Luego da un paseo por las tiendas y ve en un escaparate una ristra de pañuelos rojos con ornamentos dorados de flores; muy parecidos al desgastado adorno que ella lleva enroscado en el cuello. Hace treinta años que María no vuelve a casa. Pero ya es hora de reencontrarse con su pasado, y consigo misma.

En Granada, una joven de doce años llamada Elsa se pone de puntillas para meter bajo el cristal un par de billetes, con el que comprará su ticket a Madrid. Con sumo cuidado, dobla el papelito y lo guarda en uno de los bolsillos de su mochila. Es su cumpleaños, y el peor regalo que le pueden hacer sus abuelos es ese: irse a vivir con los titos de Madrid.  Elsa los odia por obligarla a irse, pero no le queda más remedio.

María se compra una botella de agua y se sienta en una cómoda butaca de la sala de espera, pensando en cómo ha cambiado aquel sitio en treinta años. «¿Habré cambiado tanto yo?». Conoce bien la respuesta. De hecho eso es, en parte, lo que le hace volver. Coge una revista de moda y la ojea: por un lado, para dejar volar el tiempo, y por otro, para evitar pensar en su llegada a Granada. Una voz femenina le informa que debe dirigirse al andén once, donde su autocar está a punto de partir.

A pesar de la primavera, la lluvia repiquetea en el techo chapado de la dársena del andén once. El conductor ayuda a Elsa a meter la mochila en el portaequipajes, no sin antes sacar de ella la foto de sus padres. Luego, sin mirarla, el conductor rompe su ticket por la mitad, le da un trozo y le indica que debe ir al asiento 21. Mientras enfila el pasillo, nota las miradas de los demás pasajeros. «Espero que toque en la ventana».Leer más »

Sueño

El sueño te acoge como una manta, cubre tu cuerpo como si no hubiera día ni noche, solo el tiempo entre despertar y estar despierto.

Nadie entiende esto, solo piensan que es eso, un largo y profundo sueño. Que es septiembre, lunes, que la vuelta al trabajo ha sido tan dura, que las clases no van como todos piensan, que no te apetece ver caras conocidas.

Solo es sueño, te dices mientras intentas levantar de la cama.

Mas en tu interior sabes que hace mucho que dejó de ser sueño.

La analítica

Jorge fue al médico para una revisión rutinaria, y dos meses después le llamaron para decirle que le quedaban seis meses de vida. Eso es una putada. El médico no había dado muchas noticias malas y en su segundo titubeo Jorge colgó. Por lo visto tenía un cáncer completamente imposible de curar radicado en su cerebro. ¡Qué cojones! ¡Él se sentía bien! ¡Era joven y llevaba una vida sana! ¿De verdad iba a morir en seis meses?

El desgraciado de Jorge no volvió a responder a las llamadas del médico. Salió de la oficina sin avisar a nadie y se marchó a casa. Preparó la comida antes de que  llegaran su mujer e hijos del trabajo y escuela. Cuando le preguntaron qué hacía allí tan temprano, Jorge respondió que le habían despedido por recortes y que pediría el desempleo hasta que encontrara otro trabajo. Su mujer sonrió y le abrazó. No se preocupaba, Jorge siempre había sabido buscarse la vida.

No sé si Jorge era así de templado antes o no, pero una cosa la tenía bien clara desde el principio: no decirle nada a nadie. Y para mí, eso es de valiente.Leer más »