La simplicidad de la palabra

Nota de la autora: esta reflexión fue escrita en febrero de 2013. La he querido compartir exactamente igual que lo estaba en aquel momento. Porque el texto trata sobre las palabras dichas en el momento preciso, y la simplicidad con la que aparecen, que no debería ser camuflada por los años ni por las personas.

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Existen muchas ocasiones en las que hablamos y lo hacemos simplemente por hablar. No tenemos ninguna razón aparente para ello. Escribir, en cierto modo, podría extrapolarse al mismo punto. Teniendo el placer, y podría decir, el privilegio, de recibir clases de la asignatura conocida en mi carrera, a saber, Comunicación Audiovisual, como Escritura Creativa, he podido darme cuenta, de que algo tan simple, algo tan cotidiano como puede ser un “buenos días” a tu vecino, es simplemente “gustosamente necesario”.

Comenzaba la presentación de la asignatura el que sería mi profesor durante ese pequeño periodo lectivo universitario llamado cuatrimestre, y lo hacía de una manera un tanto singular. Sinceramente, yo tenía puestas muchas esperanzas y expectativas en la asignatura, pues adoro la escritura; pero creo, sin lugar a dudas, que jamás me hubiera esperado la experiencia que me dejó la mera presentación de la misma.

“¿Por qué escribes?”

Con esas palabras nos recibía el profesor en clase y pocos éramos los que nos atrevíamos a contestar. Yo fui una de ellos. Mi respuesta: “porque me gusta”. Nada tan simple y tan sencillo como eso. Adoro escribir, expresarme con palabras y dar rienda suelta a mi imaginación. Sin embargo, no pude sino reconocer mi asombro, cuando me encontré a mí misma no demasiado conforme con la respuesta que acababa de ofrecerle.

No sabría decir exactamente por qué de repente me sentí así, pero por un momento, me pareció que no sabía, verdaderamente, por qué escribía. Para mí, no es tanto una necesidad ferviente. Tengo otros medios de expresión como son la música, a través de las melodías de mi piano; o el dibujo. No es, ni tan siquiera, un método de liberación – aunque en ocasiones así lo ha sido –.

Entonces, ¿por qué me sentía tan bien cuando escribía? ¿Por qué no podía pasar ningún día sin tan siquiera escribir unas míseras líneas? Un solo nombre, salió de los labios de mi profesor: “Scherezade”. La famosa princesa Scherezade, protagonista de una de las historias más maravillosas de la literatura, Las mil y una noches. Ella tenía la respuesta. Y es que, ¿por qué contaba ella sus historias? Aquella sentencia lapidaria que fue la frase que citó mi profesor, me desarmó completamente: “para sobrevivir”. Quienes conozcan la obra, sabrán que la princesa le contaba a su esposo una historia cada noche, para que así, eso le permitiera vivir un día más. Ella necesitaba narrar, necesitaba contar, relatar… porque “le iba la vida en ello”.

Nosotros necesitamos escribir, necesitamos hacer presente el acto comunicativo de la narración, por cualquiera de sus facetas: escritura en papel, relato a viva voz… Y la razón es tan sencilla, tan simple, como el aire que respiramos: “porque nos va la vida en ello”. Sin escribir, sin contar nada, no nos reconocemos nosotros mismos. Nuestra existencia misma se vería reducida a un cuerpo vacío sin más predilección que la de hacer lo estrictamente estipulado. Siempre se ha dicho que es el alma la parte más importante de la personalidad de una persona. Craso error. La complejidad de la personalidad se fundamenta en algo tan simple como las palabras; lo que podríamos llamar “la personificación de la expresión del alma”.

“¿Pero qué son las palabras?”

A estas alturas del discurso, la pregunta debería haberse resuelto. No obstante, un pequeño matiz debe ser expuesto. “Una imagen vale más que mil palabras” – He aquí una frase tan popular como conocida en toda la cultura universal. Las palabras, por si solas, constan de un significado, pero en su conjunto, forman otro completamente diferente. A pesar de ello, la conjunción en demasía de muchas de ellas, puede acarrear el efecto contrario al deseado: “la descomprensión”. Por ello, decimos que el lenguaje visual vale más en estos casos.

“¿Pero qué es una imagen?”

¿A qué denominamos nosotros como una imagen? ¿No es, sino, la representación de algo inmaterial? Una imagen representa un ente, no es un ente original en sí. ¿Y no se atienen las palabras a esta definición también? Las palabras no son más que representaciones de un ente al que nosotros hemos denominado con ese conjunto de letras y sílabas. ¿Y no son así las imágenes? ¿No es la palabra, una imagen en sí?

Bien es sabido, que “a buen entendedor, pocas palabras bastan”. Pero esto no sería posible, si las palabras no “representaran”, no hicieran alusión a imágenes que la persona puede asimilar. Cada palabra tiene un gran poder, una gran carga semántica y de significado, que se ve abrazada por la representación de su imagen icónica. En otras palabras, cada palabra lleva implícita una imagen que podemos reconocer. Por ello, con unas simples pinceladas bien “apalabradas”, podemos dibujar una imagen en nuestro interior, sobre aquello que nos cuentan las palabras.

Escribir es fácil – o eso dicen los teóricos –. Escribir bien, no lo es tanto. De hecho, podría sacar uno y mil fallos a estas humildes palabras aquí mostradas. Porque aún estoy aprendiendo; y ni todos mis años de experiencia en el campo de la literatura, ni todos los libros de los que me he rodeado a lo largo de mi vida, serían suficientes para remediarlo. Son muchos los factores que influyen en esto: vocabulario, cultura, experiencias personales… Sin embargo, el primero y más importante de todos, no es otro que “la simplicidad”.

Y es que, el ser humano es complicado por naturaleza. Se es poseedor de un vocabulario muy rico, sea cual sea el idioma que se hable; se tiene la capacidad de usarlo, a veces, incluso, demasiado bien para el propio beneficio. Sin embargo, son pocos los que gozan del don, que yo he decidido denominar “la simplicidad de la palabra”.

Porque basta una sola palabra para entenderse, porque no hace falta darle vueltas a las cosas para expresarse… Porque si la necesidad de escribir es inherente a la necesidad de sobrevivir, ¿no es mejor simplificar las cosas para el entendimiento mutuo? No me refiero solo a dos personas físicas que se comunican, pues la escritura y la narración no tienen por qué utilizarse expresamente para la comunicación entre una y varias personas. Me vengo a referir a nuestro propio subconsciente.

El “yo”. Aquel famoso “yo” que a todos nos es enseñado en las clases de Lengua Castellana y Literatura y que no es más que la visión interna de la persona, la denominada “intentio autoris”. Esa personificación de nosotros mismos que vive en nuestro interior y que es el que nos habla cada día “porque le va la vida en ello”. Unos lo llaman subconsciente, otros lo llaman “yo”. “Yo, yo mismo y mis circunstancias” a fin de cuentas, como decía Ortega y Gasset.

Muchas veces decimos que no sabemos por qué hacemos o decimos las cosas, que lo hacemos “inconscientemente”. No es así, a mi parecer. Cuando algo así nos sucede, no es más que la expresión del “yo”, quien se ha exasperado demasiado al no recibir una respuesta a sus palabras y ha decidido “simplificar las cosas”.

El don de la simplicidad de la palabra; el saber hacer y el saber escuchar. Cuántas veces no habremos sido presas del consejo de “piensa antes de actuar”. Más que pensar, lo que la frase viene a señalar es que se simplifiquen las cosas antes de decidir. Simplicidad, escuchar, actuar… El “yo” que posea un magnífico dominio de “la simplicidad de la palabra” sabrá hacer buen uso de ella. Queda en manos de cada uno, el aprender a escucharla y utilizarla o no.

Porque basta una sola palabra para entenderse, porque no hace falta darle vueltas a las cosas para expresarse. Porque a Scherezade, las palabras le salvaron la vida de un destino impuesto y marcado. Porque las palabras dan vida, porque ellas misma la quitan. Porque una simple palabra, por más simple que sea, tiene el mayor y más grande de los significados ocultos en su interior.

Y porque la llave para sacar a la luz esos tesoros ocultos, reside únicamente en nuestro interior; en nuestro “yo”…

En la simplicidad de la palabra.

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Escrito por Alegría Jiménez

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