Nosotras

Para ella

 

Mira fotos antiguas y sonríe.

―Ella siempre decía que éramos como el buen vino, que mejorábamos con el tiempo. Supongo que no era difícil. Supongo que todo el mundo se siente así al ver la ropa que llevaba antes. La moda cambia, dicen. Dicen que es pendular y que todo vuelve. Ella también era pendular. No sabía si iba o venía la mayor parte de tiempo, pero siempre volvía. Gritaba mi nombre desde la otra esquina de la calle y corría a abrazarme. Antes incluso de llegar ya parecía estar contando una nueva historia. Coleccionaba hechos. Lugares. Personas. Que después narraba en nuestras tardes de sofá y películas. En las tardes de parque. En los atardeceres de río y árboles. Yo podría medir mi vida por ese río. En la última isla, en la tercera. En esa salía yo a pasear de niña y montaba en las bicicletas de cuatro asientos, con toldos amarillos y cestas verdes. Montaba con mi hermana y dejaba de pedalear cuando ella no miraba. Luego lo llenaron los patos, y el puesto del alquiler cerró. Más tarde, empecé a pasar las tardes con mis amigos en el parque de la tirolina. Ese que tenía un pentágono formado por columpios. En él nos impulsábamos e intentábamos tocarnos unos a otros con los pies. Me echaba hacia atrás y estiraba las puntas de los dedos bajo las zapatillas de tela. También pasé tardes allí con mi novio de entonces. Junto al molino, sobre la hierba y bajo los plataneros. Luego llegó ella. Nos encontrábamos en la ribera del río. Tras unos álamos que nos ocultaban parcialmente del camino de tierra. Estirábamos una manta y ella tocaba la guitarra para que yo cantara. Esperábamos a que atardeciera y huíamos de los mosquitos que se resistían al frío y nos acompañaban incluso durante el invierno.Leer más »