Dulcinea se ha despertado…

“Hoy os invito a que abracéis con fuerza un libro, podéis elegir uno cualquiera, y le deis la vuelta. Sacudidlo, para que los personajes caigan y sean ellos los que os lean a vosotros. Hay almas compartidas que se reconocen a través de las letras que nos dejan. Feliz día de la pasión, feliz día del libro.”

 

Dulcinea se ha despertado con Shakespeare anudado a su melena. Ha soñado que se conocían en una noche de verano y que le ponía alas. Se ha quedado con un verso del soneto que le susurró al oído hormigueando en las pupilas.

Dulcinea ha soñado que Shakespeare la abrazaba, que le regalaba una rosa y hablaba de manchas en la boca y peregrinos que las borran con un beso. Se ha llenado los labios con sus lunares y ha guardado su número exacto debajo de la lengua.

Dulcinea se ha despertado con el canto de la alondra, mientras que, a medio camino entre los dos mundos, Shakespeare aún le acariciaba las muñecas y le suplicaba por algunos minutos más en su cama, objetando que sin duda se trataba del ruiseñor arrullando la noche.

Dulcinea recorre con los brazos extendidos sus sábanas empapadas, porque de madrugada ha sido néctar líquido, han hervido burbujas de deseo que explotaban bajo su piel y se le ha escapado el alma del cuerpo en una exhalación de éxtasis.

Dulcinea se toca el rubor de las mejillas y aprieta contra su pecho las tapas del libro a través de cuyas páginas, esa noche, otra vez, ha hecho el amor con Shakespeare.

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