Besar es como respirar

Summary: Porque yo sabía lo importante que era para las chicas un beso; y más aquel beso. Pero no podía evitar sentirme asustado al ser un novato en el amor. ¿Y si algo salía mal? ¿Y si me comportaba como el perfecto idiota? Sentados sobre mi cama aquella tarde, su sonrisa me dijo todo lo que necesitaba saber.

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Jamás había estado tan asustado como en aquel momento. Perdido en algún rincón de mi habitación, no hacía más que pensar en mil formas de hacer aquello perfecto, de encontrar las palabras adecuadas, de saber cuándo era el momento correcto.

—¿Te encuentras bien?

La pregunta me sorprendió hasta el punto de hacerme botar en la cama. Me encontraba tan metido en mis propios pensamientos que había olvidado por completo su presencia. Cómo si eso fuera siquiera posible: aquella joven se había adueñado completamente de mí como el mar lo hace del poeta.

Mi novia.

Era tan irreal que hasta me costaba pronunciarlo.

Ni siquiera llevábamos juntos el tiempo suficiente como para que la realidad del concepto hubiera pasado de un simple sueño a algo tangible al paladar. Todavía se me hacía extraño pensar que esos dos amigos que siempre quedaban para hablar de cualquier tontería habían cruzado la línea hacia otro estatus.

Era tan irreal que me costaba asimilar que éramos nosotros dos.

Yo era un novato en toda la extensión de la palabra: nunca había hablado con una chica en calidad de algo más que amistad, me costaba mucho dejarme llevar por mis emociones y, por supuesto, ni en el más loco de mis alocados sueños se me habría ocurrido ni tan siquiera pensar en ello.

Y es que, quién se iba a fijar en un palillo cuatro ojos como yo para algo distinto que para aprovecharse de él.

Hasta que llegó ella. Por eso, me negaba en rotundo a hacerla sufrir.

—Sí… — asentí lentamente. — Es solo que… — las palabras morían en mi boca sin remedio alguno. Se atoraban en ella como el más tortuoso de los nudos.

Sentados sobre el edredón de mi cama aquella tarde de invierno, yo no hacía sino preguntarme cuánto tiempo más podría sobrellevar aquella situación. Estaba tan perdido, tan desesperado, tan… asustado, que ni siquiera era capaz de sostenerle la mirada. Mis dedos entrelazándose entre ellos me resultaban la cosa más interesante del mundo mientras luchaba por encontrar las palabras precisas.

—Es solo que… — mi voz se apagaba a la vez que mi cabeza se hundía lentamente entre mis hombros. No era más que un maldito cobarde que jamás había salido con nadie y estaba lo suficientemente abrumado por la situación como para pensar coherentemente en cómo no sonar como un loco frente a ella.

“Es solo que no quiero decepcionarte por no saber darte un beso”.

El silencio se hizo entre las cuatro paredes del cuarto al darme cuenta de lo que había sucedido. Estaba tan nervioso, que las palabras se habían escapado vilmente de mis labios en lugar de permanecer encerradas en mi cabeza.

Por primera vez levanté la mirada, temblando de miedo.

—¿Tú me quieres? — susurró con tono dulce. Aquello fue como un cálido abrazo inesperado. Era la primera vez que ella me decía “querer” en lugar de “gustar”.

—¡Por supuesto!

—Entonces olvídate del miedo.

—Pero… — no podía evitarlo. Sabía lo importante que era para las chicas el primer beso. O al menos, esa siempre ha sido mi creencia. Tal vez influenciado por la literatura, no era más que un novato, un cobarde y, para colmo, un romántico.

A lo mejor para ella nunca significó tanto. Las personas han llegado hasta el punto de querer tan solo poseer la primera vez de alguien como un trofeo y no como el recuerdo más preciado. Hasta internet ha llegado a sacar provecho de ello, monetariamente hablando. ¿Y si tan solo estaba dando palos de ciego ante algo que tan solo yo iba a conservar?

Y si ella…

—Ya has hecho lo más difícil. Míranos dónde estamos — una pequeña risa escapó de sus labios. — Tuviste el valor de pedírmelo, de hacerme llegar tus sentimientos. Y eso para mí fue mi mayor tesoro — y su sonrisa hizo añicos cualquier resquicio de duda que hubiera en mí.

Me golpee mentalmente por dejarme sucumbir ante el miedo. Ella jamás fue como las demás; y eso fue precisamente lo que me enamoró. Porque cualquier mínimo gesto para ella significaba un momento; y para mí el mundo entero.

—Si no lo hubieras hecho, seguiríamos siendo los dos mismos estúpidos que no pueden ni rozarse las manos sin que les dé un ataque al corazón. —No pude evitar reír ante la complicidad del recuerdo de ese atardecer en la playa: nuestras manos entrelazadas fueron todas las palabras que necesitamos.

Suspiré como el idiota enamorado que era. La quería, sin mayor complicación.

—Besarse… — continuó sin apartar sus ojos de los míos. — Besarse es tan fácil como respirar — sentenció. — Tan solo hay que dejarse llevar — con suavidad, reposó su mano sobre mi pecho, sobre mi corazón, sobre mi alma; y supe que aquello estaba bien.

En aquel preciso momento, todo cobró sentido. Mi cuarto, la cama, la ventana abierta, el atardecer, el recuerdo del sonido del mar, mi miedo, su dulzura… ¡Hasta la camiseta de “Kiss the girl” que asomaba por debajo de su peto vaquero. Pareciera como si todo estuviera predispuesto para nosotros. El calor de su mano sobre mi pecho, mi respiración errática uniéndose a la suya, sus labios más rojos que nunca… y sus ojos tan profundos como el océano que nos vio declararnos.

Cerré los ojos… y me dejé llevar.

Dulce, suave, mágico. Un tímido roce, una pequeña sonrisa. Mi mano envolvió la suya sobre mi pecho y la atraje hacia mí mientras seguía inclinándome hacia ella. Esto era todo lo que siempre había deseado y de lo que jamás me había percatado. Nuestros labios simplemente encajaban; y ese beso era la prueba de ello.

Tan cálido como ella y tan perfecto como una película.

Al abrir los ojos ni siquiera sabía dónde me encontraba. El azul de su mirada sobre la mía cubría todos mis sentidos. Ella sonreía de forma hermosa; aunque estaba tan abrumada como yo mismo.

Aquel roce lo había sido todo. Ese nimio instante lo había significado todo: miedo, terror, tristeza, alegría, felicidad… amor. Había sido tan único que empezaba a notar la ansiedad de haberme hecho adicto a él: el aire comenzaba a escasear, y lo único en lo que podía pensar era en que necesitaba más.

—Guau… — el suspiro escapó de mis labios mientras seguía sosteniendo su mano y su mirada.

—Ha sido… — sus labios temblaban. No pude evitar sonreír: no había palabras.

—Todo — terminé por ella.

—Sí — asintió para mí. — Lo ha sido todo.

Y la volví a besar sin poder evitarlo.

Porque uno solo no era suficiente: la necesidad era demasiado grande. El chico asustadizo se había ido y ahora solo quedaba yo, solo quedábamos nosotros. Un chico y una chica que seguían abrumados ante lo que significaba estar juntos, pero que acababan de descubrir algo más grande que el propio océano.

Y es que ella tenía razón: besar es como respirar.

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Escrito por Alegría Jiménez

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