―¿Cómo puedes decir eso? ―chilló Natalia, tan enervada como descompuesta, ante las palabras de Luis.
―No, si encima seré yo culpable por hacer mi trabajo.
―Nuestro trabajo es todo.
―No, Natalia, nuestro trabajo no es todo, nuestro trabajo es nuestro trabajo y punto.
Los dos sabían que en ese tema jamás podrían acercar posturas, ambos tenían argumentos suficientes como para convencerse a sí mismos de que tenían razón frente a lo que les respondieran. No era la primera vez que tenían esta discusión, pero después de todo lo que había pasado esa última semana con Josemi, era imposible no plantearse una y otra vez aquel asunto. En la sala, los demás también querían opinar, pero no encontraban el momento de hacerlo entre las palabras de una y el otro.
―Sabes perfectamente que ese crío es responsabilidad nuestra. Mía, concretamente.
―Sí, pero antes es responsabilidad de sus padres.
―Ya, si eso está claro ―asintió Natalia, dejando, de nuevo, los libros sobre la mesa―. Pero tú sabes cuál es la realidad de este crío… Y también nuestra realidad, porque todo esto influye a la clase.
―Lo sé, lo sé, lo sé perfectamente, pero, Natalia, no somos superhéroes capaces de solucionar cualquier problema.
―¿Y tú, qué propones? ¿Mirar para otro lado como si no pasara nada? ¿Esquivar el bulto y dejar que crezca?
Luis la miró fijamente intentando mantener la compostura y sabiendo que tenía que explicarse bien para no parecer un insensible. Tras una leve pausa y, bajando considerablemente el volumen de su voz, se defendió.
―O dejar que se solucione, eso no lo podemos saber. Desde luego, lo que sí que está claro es que los problemas personales de ese chico son suyos y no podemos hacer nada por él. Hay ciertos límites que no debemos sobrepasar porque no es bueno. Ni para nosotros ni para ellos.
―Por eso es mejor no hacer nada ―ironizó su compañera.
―Es que yo nunca he dicho que no haya que hacer nada. Hay que tomar medidas, por supuesto, porque su comportamiento en clase es pésimo. Hay que seguir las normas del centro, expulsarlo si es necesario y hablar con su madre las veces que haga falta pero…
―Ya has escuchado la llamada, ¿no? Cada vez que hablo con ella por teléfono necesito antes un cuarto de hora para concienciarme de que me puede salir con cualquier cosa, que tengo que estar preparada para todo.
―Pero, aún así, Natalia, no puedes convertirte en su madre por mucho que necesite el chiquillo tener una madre normal.
Por la ventana del fondo entraba un sol y una claridad poco habitual en aquellos días invernales que solían aportar un tono gris estéril a la ciudad de Madrid. Dentro, el clima era completamente distinto. Las expresiones de los rostros apagados dejaban entrever la poca motivación con la que los profesores iban a afrontar, a media mañana, las clases que les quedaban antes de comenzar el fin de semana.
―Entonces, ¿qué? ¿No hacemos nada más? ¿No hay solución?
―Pues no, parece que no la hay.
―Por supuesto que no ―intervino Alfredo, el jefe de estudios―. Pero eso no significa que no haya que hacer nada.
―Alfredo, si es que hace diez minutos llamé a su madre y ahora me acaba de venir una niña diciendo que cree que ayer le robó tres euros porque le vio escarbando en su mochila mientras decía que necesitaba dinero.
―De Bautista ya no me sorprende nada. Que te cuente Ana, que fue su tutora el año pasado y también tuvo algún conflicto de ese tipo con él.
―Sí, bueno, Natalia, sé perfectamente cómo te sientes, yo he pasado exactamente por la misma situación. También le acusaron de robar y era verdad, por lo que parece. Pero luego te reúnes con la madre y ya no sabes dónde meterte.
―Como si esto fuera un plató de televisión. Ella es así, ya la conocemos todos.
―Ha sido ella, Alfredo, la que se ha encargado de que la conozcamos todos.― Luis se acababa de sentar en una de las sillas, cuando sentenció ese hecho.
Fermina continuaba intentando corregir a pesar de la conversación, pero su esfuerzo no daba resultado, de manera que soltó el bolígrafo rojo y se dispuso a escuchar al jefe de estudios, que iba a tomar la iniciativa.
―Lo único claro, Natalia, es que el centro tiene que estar unido en este tema, no puedes ni debes ser tú la única que se encargue de este marrón. Hablaré con el director sobre Bautista, aunque supongo que ya sabrá algo de este chico.
―Por supuesto que sí, ayer, de hecho, estuvo hablando con él antes de acordar los días de la expulsión.
―Mejor. Es importante que esté al corriente.
―Yo sigo diciendo, Alfredo, que, en realidad no podemos hacer mucho más de lo que hacemos. Lo que hace con ese chico su madre puede ser muy inmoral, pero, desde luego, no es ilegal, en absoluto.
―Yo el otro día la vi en la tele ―intervino, al fin Fermina.
―En Sálvame, supongo.
Ana recibió la respuesta de su compañera mediante un gesto afirmativo con la cabeza. A continuación, Fermina prosiguió con su relato.
―Es indignante verla ahí contando tonterías, la mayoría inventadas por ella para tratar de ganar algo de dinero y recuperar algo de la fama que tuvo antaño.
―Más indignante me parece aún ver que da más importancia a eso que a su hijo, al que desprecia y al que quiere enviar con su padre para no tener que hacerse cargo de él. ―Ana volvía a coger los libros de texto para sostenerlos entre sus manos antes de ir a clase
―Al menos no lo utiliza para ello, como hacen otros. De hecho, es como si no existiera.
―No sé hasta qué punto eso es bueno o malo ―opinó Luis.
―Aquí, cada vez que ha hablado de él ha sido para llamarle de inútil para arriba. Y con Josemi delante, que no se corta un pelo, la tía.
La conversación no pudo alargarse más tiempo. El timbre sonó y todos los profesores que estaban en la sala, prepararon el material necesario para la siguiente asignatura y fueron saliendo por la puerta. Alfredo, antes de marcharse, emplazó a los presentes a una nueva reunión más formal y animó a Natalia a llamar de nuevo a la madre de Bautista. Todos habían abandonado ya la sala excepto Luis y la propia Natalia, que respiró profundamente para tratar de calmar sus nervios y su desánimo. No dejes que esto te afecte. Tú no lo mereces y, desde luego, ellos tampoco. Luis atravesó la puerta y ella lo hizo a continuación. Tres horas, solo tres horas y ya podré despejarme. Total, hasta el lunes no tengo que preocuparme de Josemi. Hasta el lunes no vuelve.
Recorrió el pasillo hasta las escaleras que descendían al tercer piso a paso firme, pero se encontró con Maite una alumna de bachillerato. Hola, Maite, respondió al sonriente saludo de la joven. ¡Gonzalo!, ¿se ha perdido? Vuelva a su aula, hombre. Bajó por las escaleras, cruzándose en el rellano con 1º C, que volvía de Educación Física. Esperó pacientemente, devolviendo el saludo y continuó su camino. Sin embargo, al pasar por 3º C vio a Miriam. Esta tarde venís a teatro, al final, ¿no? Maravilloso, nos vemos bajo entonces. Llegó, finalmente a 2º A y entró, con una sonrisa en su rostro, dando los buenos días a sus alumnos. A su derecha contempló una mesa vacía, en la primera fila, frente a la puerta, mientras el resto de la clase se sentaba en sus respectivos pupitres. Mantuvo la mirada unos pocos segundos y la retiró drásticamente a continuación. Abrió el libro y comenzó la clase preguntando, como siempre, si habían hecho los ejercicios y si habían tenido algún problema.
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