Quiero proponerte un trato:
no prometeré nada que no vaya a cumplir,
pero a cambio pido, casi exijo, lo mismo.
Mi confianza no es fácil de ganar,
pero tú lo estás consiguiendo. Y me gusta,
y no. Porque cuando confío en ti,
comienzo a desconfiar de mí, de mi
independencia. De mi todo.
No soy un agradable placer, como
leer a García Márquez o a Borges,
sino más bien hosco y difícil,
como un problema matemático.
Y, al final, te podré gustar,
o a lo mejor te resulto odioso;
pero una vez conmigo no te irás.
Y ganaremos ambos. Y entonces
pídeme la luna y te la daré,
la libraré de mi amor por ella
y será tuya para siempre.
Pero si una noche no la veo,
te llamaré y, espero que al menos
consigas convencerme, de que
sigue ahí, que no se va,
que solo las nubes la tapan.
Y que me abraces, cuando
no me pase nada. Simplemente
por estar. Y que te tires
la noche entera, hablando
conmigo mientras bebo a solas
y escribo sobre la soledad.
«Simplemente por estar». Qué pena los que persiguen algo más. Porque no existe.
Me gustaMe gusta