La timidez de los árboles

A sus veintidós años había abrazado la mediocridad como si se tratara de un viejo amigo. De los que si conocieras ahora nunca tolerarías, pero que por alguna razón sigues manteniendo cerca. Solo porque te recuerdan tiempos mejores que a lo mejor nunca existieron, en realidad.

Sale de casa como cada tarde, y espera a que la puerta se cierre tras de sí antes de comenzar a andar. Las hojas de los árboles se arremolinan en torno a sus tobillos, como si el mundo intentara evitar que pusiera un pie detrás del otro.

Le había conocido dos años antes, en la universidad. Ella estaba sentada junto a la biblioteca, chocando un talón contra el otro después de haber recibido un suspenso fulminante. Él le invitó a un café y le dijo que le gustaban sus ojos.

Ella sonrió.

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