Me he agotado
de ojos vacíos,
reclamando una
boca con
la que estrellarse
en un beso sin labios.
Ruge la bestia
que habita al fondo
de mis párpados,
y que
no tiene nombre,
ni boca para gritar:
“Me duele el pecho
de este vacío.
De las palabras
de entonces,
que reverberan;
y de necesidades
que no me llevan
hacia ninguna
región sin dueño.”
Hoy ya
no reconozco
el nombre de las calles,
ni las aceras
bañadas de azul,
que me devuelven
los restos
de las promesas
que no me regalé.
Se buscan rumbos
deshechos
en esta
ciudad de papel.