Metales Ligeros

   Los ojos castaños de Lucía se habían perdido en el torbellino de cubitos de hielo de su piña colada. Removía la pajita, absorta. Alejo dejó de mirarla. Estiró las piernas, se llevó su cerveza a los labios y miró más allá de la pista de baile. Hacía casi frío en la terraza, aunque era ya agosto. Rechazó el metal gélido de la silla en la pierna y se recolocó. Estiró el cuello hacia las escaleras que subían a la terraza, pero las cabezas seccionadas que emergieron no eran las de la persona a la que estaban esperando.

   —¿Cuánto te ha dicho que tardaba?

   Lucía salió de su ensimismamiento con sobresalto.

   —¡Ah! Pues… Debería estar al llegar.

   —¿Estás segura de esto?

   —¡Pues claro! Seguro que te cae genial.

   —Si no es eso… Es que a mí estas cosas… Pues no se me dan bien, ya lo sabes.

   —Qué va, tonto, tú relájate y pásatelo bien. Piensa que le conoces de toda la vida y seguro que te lo termina pareciendo.Leer más »