Cuando salimos hacia la playa Marcos y yo, olvidamos coger la pequeña caña que le había comprado su madre. Llenamos el maletero con todos los aparejos de pesca, la sombrilla, las dos hamacas, la caja de los cebos y la enorme nevera que Mar había preparado de comida para los dos.
Yo le había repetido mil veces que Marcos se aburriría conmigo, que la pesca no le gustaba a los niños, pero ella se empeñó en que lo llevase conmigo el fin de semana.
—Si no lo llevas contigo, no te verá nunca como un padre.
—Es que no soy su padre —me atreví a decir.
—A mí me gustaría que lo fueras —me contestó casi susurrando.
Di media vuelta y me encerré en el garaje. Era el espacio que tenía para mí en la casa, y siempre iba allí a relajarme. Mar tenía el suyo en el ático y, también era sagrado para mí. Salí una hora después y le dije que me lo llevaría. Que el sábado a las cinco de la mañana saldríamos, y que ella debía encargarse de que el niño estuviese listo. Se comprometió a ello, aunque finalmente no ocurrió así.Leer más »